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Cartel informativo desde el campo de concentración de Sachsenhausen en abril de 1945.
Europa

Mi impactante visita a Sachsenhausen en Alemania

Visitar Sachsenhausen fue una de las experiencias más fuertes y emotivas de todos mis viajes. Nada te prepara realmente para estar ahí. Puedes haber leído libros, visto documentales o películas, pero cuando caminas por esos pasillos, los nombres en las paredes y los cuartos donde dormían, la historia cobra vida de una manera impactante. El ambiente pesado, el frío, el silencio… todo parece hablarte, como si los ecos del pasado aún estuvieran presentes en el aire.

Yo no sabía con certeza cómo me iba a sentir al llegar, pero tenía claro que quería hacerlo. Sentía una necesidad de estar ahí, de mirar con mis propios ojos el lugar donde ocurrió una de las mayores tragedias de la humanidad. Ese tipo de experiencia te deja huella, te cambia por dentro, y aunque te remueve, te enseña el valor de recordar para que el sufrimiento de tantas personas no quede en el olvido.

¿Por qué decidí visitar Sachsenhausen?

Durante la planificación de mi viaje a Alemania, una de las primeras cosas que anoté fue la visita al campo de concentración de Sachsenhausen. No lo hice por turismo como tal, sino porque sentía que era una forma de recordar un capítulo de la historia que jamás debe repetirse. Soy de las personas que cree que viajar no solo es conocer paisajes bonitos, sino también comprender el mundo en el que vivimos, incluyendo sus cicatrices. Y Auschwitz es, sin duda, una de las más profundas. Es un recordatorio de lo que podemos perder si no aprendemos del pasado, y esa lección es invaluable. Visitar estos lugares, por dolorosos que sean, se convierte en una oportunidad de reflexión personal y colectiva sobre la humanidad.

La llegada al campo: de Berlín a Oranienburg

Desde Berlín tomé un tren regional hasta Oranienburg, un viaje corto de unos 40 minutos. El trayecto ya se siente distinto, especialmente si sabes a dónde vas. Desde la estación, caminé unos 20 minutos hasta el memorial de Sachsenhausen. El entorno es tranquilo, con árboles, casas y calles silenciosas. Es difícil imaginar que un lugar tan terrible existió allí, en medio de la vida cotidiana.

Al llegar, una gran puerta de entrada con la frase “Arbeit macht frei” (“El trabajo los hará libres”) te recibe. Es la misma frase que aparece en Auschwitz, y verla en persona causa un escalofrío. La ironía cruel de ese mensaje resume el horror que allí se vivió.

Caminar por el campo es sobrecogedor. Todo está dispuesto para la reflexión: los barracones reconstruidos, las torres de vigilancia, el patio central, los muros fríos de concreto. Hay silencio, pero un silencio cargado de memoria. En el museo interior, los testimonios, fotografías y objetos personales de los prisioneros te invitan a detenerte y pensar. Sachsenhausen no es una visita fácil, pero sí necesaria. Fue uno de los campos modelo del régimen nazi, donde miles de personas fueron sometidas a trabajos forzados, torturas y muerte. Salí de allí con el corazón apretado, pero agradecida de haber podido rendir homenaje a las víctimas.

Un recorrido que te deja sin palabras

Puedes hacer la visita con audioguía en español, pero yo decidí recorrer Sachsenhausen sin ella. Sentí que necesitaba vivir el lugar desde el silencio, tratando de conectar con el entorno de otra forma. Cada rincón me hablaba por sí solo. Sachsenhausen no es tan grande como Auschwitz-Birkenau, pero su historia es igual de devastadora. Fue un campo de concentración modelo, diseñado para servir como prototipo del sistema que luego se extendería por Europa.

Aquí estuvieron prisioneros políticos, y muchas otras víctimas. Más de 200.000 personas pasaron por este lugar entre 1936 y 1945. Miles murieron por hambre, enfermedades, trabajos forzados o ejecuciones.

Uno de los sectores más impactantes fue la zona de la torre de vigilancia y el llamado “patio de las ejecuciones”. Allí, el peso de la historia es casi tangible. También visité las antiguas celdas de castigo y el crematorio, que aún conservan su forma original. No pude evitar imaginar el miedo, la desesperación y la resistencia de quienes estuvieron allí. La visita no es cómoda ni placentera, pero es profundamente necesaria. Me fui con un nudo en la garganta, pero convencida de que recordar es una forma de honrar a quienes no pudieron contar su historia.

Recorrí las celdas de castigo, el patio donde se hacían los conteos, y el “Station Z”, el lugar donde estaban la cámara de gas y el crematorio. Cada paso, cada rincón, transmite una historia.

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Reflexiones personales: lo que sentí estando ahí

Durante el recorrido, me invadieron muchas emociones. A pesar de haberme preparado mentalmente, la realidad superó cualquier expectativa. El silencio del lugar, la crudeza de cada espacio y la historia tan viva en cada rincón hicieron que el peso emocional fuera demasiado fuerte.

Confieso que no logré completar todo el recorrido. Solo pude recorrer la mitad del campo. Sentía que con cada paso el dolor se volvía más denso, más real, más insoportable. No me sentí débil por no continuar. Al contrario, comprendí que visitar un lugar así no se trata de “verlo todo”, sino de vivirlo con respeto y con humanidad. Me conmovió profundamente la energía del sitio, la historia atrapada en sus paredes, la memoria silenciosa que aún camina entre los senderos de tierra.

Y aunque no terminé el recorrido completo, lo que experimenté bastó para removerme por dentro y dejarme una huella que nunca se borrará.

Cómo esta experiencia me transformó

Salir de Sachsenhausen no fue fácil. Me tomó tiempo digerir lo que había vivido ese día. Pero también sentí que algo dentro de mí había cambiado. Ya no veía la historia como algo lejano o abstracto. La había caminado, la había sentido. Las imágenes de los barracones, las paredes frías, los relatos de supervivientes en los paneles informativos… todo se quedó grabado en mi memoria. Ese silencio que envuelve el lugar no es solo ausencia de ruido: es el eco de lo que pasó, un llamado a no olvidar.

Volví en tren a Berlín, pero no volví igual. En el vagón, mientras observaba por la ventana los paisajes pasar, pensaba en lo frágil que puede ser la humanidad cuando se deja llevar por el odio, el fanatismo o la indiferencia. Sentí una responsabilidad nueva: hablar de esto, compartirlo, invitar a otros a no mirar hacia otro lado.

Ahora más que nunca creo que todos deberíamos visitar estos lugares al menos una vez en la vida. No para revivir el horror, sino para honrar la memoria y para reflexionar acerca de construir un mundo donde no tenga espacio el odio ni la intolerancia. Porque entender el pasado es una de las herramientas más poderosas que tenemos para no repetirlo.

Visitar Sachsenhausen fue una experiencia profundamente humana. Dolorosa, sí, pero también transformadora. Me recordó que detrás de cada dato histórico hay personas reales, con sueños, familias, miedos. Y que nuestra libertad actual no debe darse por sentada. Por eso, si alguna vez estás en Berlín, te animo a que hagas este recorrido. No es un destino turístico cualquiera, es una lección de vida. Y como toda lección valiosa, merece ser escuchada, vivida y compartida.

Consejos para visitar Sachsenhausen

Si estás planeando incluir este memorial en tu viaje a Berlín, te comparto algunos consejos que pueden ayudarte:

  • Cómo llegar: Desde Berlín puedes tomar el tren S1 hasta Oranienburg. Desde allí, puedes caminar unos 20 minutos o tomar un autobús local.
  • Entrada gratuita: El acceso al memorial es gratuito.
  • Horarios: Abre todos los días, pero revisa su web oficial, ya que los horarios pueden cambiar según la temporada.
  • Audioguía o tour guiado: Puedes alquilar una audioguía en varios idiomas o unirte a una visita guiada en español.
  • Es un lugar de memoria, no turístico.
  • Prepárate emocionalmente: No es una visita ligera. Toma tiempo para procesar.

¿Vale la pena ir a Sachsenhausen?

Sin duda. Aunque sea duro, es una experiencia que vale la pena vivir. Porque visitar un campo de concentración no se trata solo de mirar al pasado, sino de reflexionar profundamente sobre el presente y el futuro que estamos construyendo como sociedad. Sachsenhausen no fue solo una parada en mi itinerario, fue una lección de humanidad. Me hizo cuestionarme muchas cosas, valorar aún más la libertad y entender el impacto real que puede tener la intolerancia cuando se normaliza.

Recorrer esos espacios, ver las evidencias, leer los testimonios, cambia la forma en la que uno ve el mundo. No se trata de turismo, se trata de memoria. De no olvidar para no repetir. De honrar a quienes sufrieron y no pudieron contar su historia.

Si este relato te gustó, te invito a seguirme en Instagram @valen_traveler, donde comparto más experiencias de viaje, consejos prácticos, historias y reflexiones personales desde distintos rincones del mundo. Me encantaría conectar contigo, leerte y ayudarte a planear tu próximo viaje con propósito. Porque viajar también puede ser una forma de aprender, crecer y transformar nuestra mirada del mundo.

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